NÚMERO 6 - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - FEBRERO DE 2019

 

 

LOS DIEZ ERRORES MÁS FRECUENTES DE LOS ÁRBITROS QUE SE DEBEN EVITAR
Basado en infografía de “Líderes del arbitraje”
 

Por: MARIO BERMÚDEZ
Director EFAB
Docente convenio Colegio Manuelita Sáenz – U Distrital

 
 

1. Cambiar de decisiones
Uno de los aspectos que desdice de la autoridad y del conocimiento de un árbitro es, precisamente, este: cambiar de decisiones de manera reiterativa. Si bien el espíritu del arbitraje permite esta licencia como una norma excepcional (muy de vez en cuando), hay que ser muy cuidadosos al momento de reversar cualquier decisión, teniéndose en cuenta que ante todo debe primar el sentido de justicia y equidad, y no el de conveniencia o ganancia. Los factores predominantes para evitar este error son, primero que todo, el conocimiento fundamentado del reglamento y la interpretación adecuada de las jugadas; por eso se debe tener seguridad con una señalización y una actitud claras que expresen tal seguridad.
Aunque la ley fundamental dice «que todo fallo es reversible antes de ser penalizado», se reitera que es una norma excepcional, que ojalá nunca tuviera que emplearse. Cuando de manera frecuente se incurre en el cambio de decisiones, esto indispone ostensiblemente a los participantes, pudiéndose presentar situaciones serias de reclamo que afectarán el transcurrir del partido y, lo peor, el desempeño del árbitro, lo que expresa claramente un estado de nerviosismo y desconocimiento en la norma interpretativa de las jugadas. Recordar: ante todo, conocimiento y seguridad. La falta de seguridad pone en duda una decisión correcta y, aunque no debe ser así, la seguridad afianza, incluso, algún error.
Obviamente que si se están utilizando las ayudas tecnológicas (VAR), toda decisión primaria será «provisional», siempre y cuando no se penalice. En este caso existe la señalización específica, bien para ir a la pantalla y cerciorarse de la jugada, o cuando a través de los audífonos se reciben las apreciaciones necesarias; sin embargo, finalmente es el árbitro quien avala la decisión definitiva. Infortunadamente, por su costo muy elevado y la logística requerida, las ayudas tecnológicas son difíciles de implementar, especialmente en los torneos aficionados, por lo que los árbitros siempre deben hacerse a la idea de que estas no existen, y que es él solo, junto con su equipo, y de manera física, quien debe tomar las decisiones más correctas, y desempeñarse de la mejor manera posible tal como se ha venido haciendo de la forma tradicional.
 
2. Autoritarismo
Nada más peligroso que el árbitro autoritario, el mismo que confunde la aplicación de la justicia, que implica equidad e imparcialidad, con el «yo soy el que mando aquí, el único quem sabe y por tanto hago lo que me dé la gana». Uno de los aspectos más relevantes del desempeño arbitral es el del control emocional, pues si bien hay situaciones que incomodan o desagradan, estas deben ser ponderadas con la calma. Un estado de ira, precipitud y prepotencia son los más peligrosos consejeros del desempeño arbitral. El autoritarismo con gritos, expresiones inapropiadas y mala actitud, siempre desencadena una reacción negativa por parte de los participantes, que en determinado momento puede salirse de las manos y desencadenar situaciones peligrosas. Siempre tenga el control emocional adecuado, evite al máximo la ira, y si se da, recurra inmediatamente a retomar la calma; esto se puede lograr con un buen trabajo mental previo. Recuerde, el árbitro es un líder, un juez, y nunca un verdugo, es alguien que aplica la norma y no un dictador. Es como el director de orquesta que propende porque todo funcione en «armonía». Serenidad y mucha paciencia, y la oportuna y adecuada aplicación de los correctivos disciplinarios y el manejo asertivo del partido, son las recomendaciones fundamentales para evitar el autoritarismo arbitral y, por ende, los problemas generados por su causa.
 
 3. Perder el control
Si bien es cierto que hay muchos factores que presionan al árbitro, y que la pérdida de control puede acrecentar el nerviosismo hasta convertirse en miedo, se debe siempre acudir al control emocional. La principal característica de la pérdida del control es el excesivo nerviosismo, que crea una inestabilidad emocional violenta que conlleva a tomar decisiones inapropiadas, lo que hace que el partido se salga de las manosy a tomar actitudes desconcertantes que se salen del sentido común y de los cánones de un buen arbitraje. Indudablemente que a veces hay situaciones inmanejables a la luz del juzgamiento, porque los participantes son quienes pierden el control, cayendo en estados de ira que les hace sentir que cualquier decisión, incluso a favor, es injusta. Como se dice comúnmente: «malo porque se les pita y malo porque no se les pita». En tal circunstancia es cuando el árbitro debe recurrir con toda prontitud al control emocional, procurando serenarse y utilizar las herramientas a su alcance que no vayan a echarle más combustible a la situación. Sin embargo, la pérdida de control se sabe cuándo comienza, pero no se sabe cuándo ni cómo termina, porque aquí entran muchas variables, incluso las del azar y las imponderables, por lo que se convierte en uno de los riesgos más visibles y complejos de controlar. Muchas veces por una jugada aparentemente insignificante, se puede caer en esta situación de parte y parte. Nuevamente la preparación psicologoca de los árbitros ayudará para que estas situaciones de pérdida de control no se den con frecuencia, o si se dan, permitirá  retornar con objetividad al desarrollo normal del juego.
 
4. Confiarse en los últimos minutos
¿A quién no le ha sucedido que preciso en el último minuto de un partido se le arma la debacle? A todos, sin excepción, y esto sucede, generalmente, porque el árbitro entra un estado de confianza ante la proximidad de la finalización, olvidando que el partido va desde el primer minuto hasta el pitazo final y, aún, más allá. Muchas veces acciones arbitrales después del pitazo final pueden acarrear serios inconvenientes. Esto nos indica que nunca se debe perder la atención y la concentración en ningún momento del partido y, menos, cuando este está a punto de finalizar. El exceso de confianza y el descuido, conllevan a situaciones complejas. Tampoco debe confiarse en un partido en donde aparentemente «no está sucediendo nada», pues en cualquier momento puede presentarse un hecho que encienda la llama: un partido es eso, por más tranquilo que parezca, ya que potencialmente siempre es «una bomba», que en cualquier momento y por cualquier circunstancia, por mínima que parezca, puede explotar. El exceso de confianza también es un enemigo del árbitro.
Otro de los errores que puede cometer un árbitro es el de mofarse, reírse o ser irónico con un participante. No hay cosa que ofenda más que la burla, más cuando proviene de parte de quien se supone imparte justicia y que, a pesar de su dignidad, siempre debe guardar respeto y compostura.
 
5. Usar desmedidamente el silbato
Recordemos que los cánones del buen arbitraje estipulan ciertos sonidos del silbato para cada situación (sonido corto para detener el juego, sonido más largo y en decadencia sonora para autorizar, siempre con la señalización respectiva, y doble sonido rápido para llamado de atención). El sonido, más los agudos, son factores de estrés y de perturbación, incluso para el árbitro, por eso se debe utilizar adecuadamente el silbato sin dar «concierto de pito», que recuerde a una orquesta. Sostenga el pito como mejor le parezca, de tal forma que se sienta cómodo al utilizarlo, a excepción de mantenerlo constantemente en la boca, porque esto representa un peligro físico; además, el tiempo que se utilice al llevar el silbato a la boca, puede ser muy valioso para el procesamiento de la toma de decisiones. El Futsala se recomienda tener el silbato suelto, sin cordón para cambiarlo a la mano que queda abajo en el momento de la señalización. Evite la costumbre, que no está demostrada técnicamente, de taparse un oído al momento de usar el silbato, pues de todas formas tendrá el otro oído descubierto, y esto hace que el árbitro pierda estética. Si mantiene una posición del rostro hacia el frente, el sonido tiende a ir hacia adelante (alta densidad) y no a devolverse hacia los oídos (baja densidad), llegando allí con menos potencia. Así que taparse un oído al momento del sonido, no es más que un mito, convertido en una costumbre antiestética. El sonido del pito, aparte de la estética, también es señal de seguridad.

Aparte de el correcto uso del silbato, debe evitarse el «concierto de pito» por nimiedades. Pondere bien las acciones de juego para determinar si merecen ser sancionadas, pero no «enloquezca» a los participantes pitando por todo. Recuerde que el concepto de inmediatez es subjetivo, pues siempre es recomendable, en esa fracción de segundos, por ejemplo, determinar si puede darse o no una norma de ventaja. Estas cualidades las van dando la experticia del árbitro, y su adecuado trabajo mental, junto con ejercicios de coordinación y sicronización.
 
6. Tarjetear en exceso
Si bien hay «economía del esfuerzo», debe haber «economía de las tarjetas», así entre comillas. Nunca tarjeteé por faltas insignificantes, queriendo innecesariamente sentar autoridad desde un comienzo; esa tarjeta le puede representar un inconveniente cuando realmente se amerite su aplicación. Constantemente debe haber una gradualidad que va desde «muy leve, leve, grave y muy grave». Siempre interprete correctamente esta gradualidad para aplicar el correctivo necesario, sin precipitarse. Aunque los reglamentos de juego literalmente no determina el «correctivo verbal», este es implícito y debe utilizarce como medida preventiva para faltas que sean muy leves. Hay un pequeño tiempo entre la falta y la decisión de tomar el correctivo disciplinario, que el árbitro debe aprovechar para ser justo y ponderado, con el análisis y sentido común pertinente. Tampoco se deje presionar para mostrar una tarjeta. Los cánones del buen arbitraje indican que se debe proceder con calma sin perder la autoridad, la equidad, la justicia y la imparcialidad. Emplee la mecánica arbitral estipulada para tales efectos, mostrando correctamente la tarjeta para que todos los participantes la vean y, a la vez, cerciorándose de que los auxiliares hayan tomado nota al respecto. Identifique plenamente al jugador y tome la distancia prudencial, sin necesidad de mostrar ofuscación: es un correctivo y no un castigo de tortura; si puede ser amable, sin perder la autoridad, mucho mejor: «caballero, queda amonestado». Tampoco amenace con un correctivo más drástico ni, mucho menos, regañe. Recuerde que un correctivo tiene dos opciones de reacción por parte de quien lo recibe: la primera, la aceptación y control posterior y, la segunda, una reacción negativa que puede incrementarse al mostrar una tarjeta indebidamente, con amenazas, regaños y ofuscación. Hay un dicho que dice que «hay árbitros que utilizan las tarjetas como disparando una ametralladora», muchas veces sin saber siquiera a quién se la muestra, porque su alteración de ánimo no se lo permite; y después, tremendo problema. Ya se dijo y ahora se reitera: calma, seguridad, tiempo, análisis y ponderación, que no sea que por su precipitud y su exceso de autoritarismo, tenga que omitir más tarde una tarjeta bien merecida o, lo más grave, que al sacarla merecidamente se le venga un problema encima, bien por parte de los infractores, por parte de los afectados o, lo peor, por parte de los dos equipos. 
 
 7. Hablar y explicar mucho
El árbitro no es un conferencista que debe estar dando explicaciones por todo y, lo peor, extenderse en explicaciones a manera de cátedra, cuando el reglamento es claro y preciso. En algunas circunstancias excepcionales, puede hablar y explicar, pero de una manera concisa, yendo al punto sin más rodeos y, mucho menos, entrar en controvencias con los participantes. Se debe tener en cuenta que la pequeña conversación no debe estar cargada de presunción ni de de prepotencia; recuerde que siempre los participantes estarán preventivos y susceptibles a cualquier situación, y más si se trata de una explicación inadecuada en un tono molesto. Conclusión, evite al máximo estar hablando o narrando la jugada, y, como ya se dijo, las explicaciones deben ser excepcionales  muy cortas y precisas, esto para no ir a romper con la dinámica del juego, pues el árbitro está para aplicar el reglamento, sancionar las faltas y convalidar el resultado y no para dictar cátedra ni presentar certamen de valor en la parte conceptual.
 
8. Evitar el contacto visual
Por simple naturaleza la mirada expresa un mundo de sensaciones, desde la felicidad, el odio, la rabia y el miedo. Uno de los errores más comunes y que demuestra una falta de carácter al no quererse afrontar la realidad, es bajar la mirada ante otra persona. La mirada es una expresión de lenguaje, por lo que cuando se baja expresa humillación, timidez e incapacidad de afrontar una realidad. Esta actitud negativa puede aprovecharse al máximo, y a su favor, por parte del interlocutor. Bajar la mirada es admitir que se está perdiendo la situación y expresa que como que no hay remedio para superarla. Por eso, siempre que se dirija a los participantes, mantenga la mirada en alto, fija, con expresión de seguridad, para reforzar el lenguaje verbal y corporal. Tampoco el árbitro debe ponerse en un duelo de miradas a ver quién es el que «más feo mira», o quién es el que más sostiene la mirada; todo reto es perjudicial. Recuerde que el arbitraje no es un juego de competencias, por lo que no debe ponerse de igual a igual con los participantes. Usted es el árbitro y nunca un retador. Su logro de desempeño se mide por como maneje un partido con los cánones del arbitraje, y, téngalo siempre presente, usted no está en una competencia con los participantes, pues está es para dirigir y administrar justicia. El resto, desdice de su trabajo arbitral. Siempre, aunque parezca una frase de cajón, se dice que el árbitro que pasa desapercibido es el que ha realizado muy bien su trabajo.
 
9. Distraerse después de una expulsión
Siempre se ha recomendado una técnica para mostrar las tarjetas: tiempo prudencial, distancia prudencial del participante, posición firme y en equilibrio (pies en ángulo) y seguridad. Cuando se va a expulsar a un participante, se presentan nuevos agravantes que pueden provocar, en caso extremo, una agresión (de eso siempre hay que ser conscientes). La primera recomendación no es precipitarse ni sacar con exasperación la tarjeta roja. Tómese su tiempo y durante este lapso analice rápidamente la actitud del infractor y trate de prever su reacción y la de sus compañeros. Sea seguro y nunca retador ni recriminaste y, mucho menos, vaya acompañar la acción de palabras que puedan ofender. La distancia debe ser preventiva, esto ayudará a un mayor equilibrio, a una mayor lejanía que permita esquivar una posible agresión y a darse un tiempo para que el infractor, cosa ge casi siempre sucede, sea cogido por sus compañeros y adversarios; una distancia prudencial, que no exprese el deseo de salir huyendo despavorido, también ayudará para que los auxiliares lleguen en su auxilio. Solo en casos extraordinarios, que no deben descartarse, se puede presentar una agresión de varios participantes.
Un aspecto fundamental y extremadamente arriesgado es el de huir, ya que es netamente instintivo, y que muchas veces, especialmente ante situaciones graves, es incontrolable e imprevisible. Como reacción, esto desencadena en los perseguidores también emociones instintivas que conducirán a «lograr la caza»; recuérdese que somos seres biológicos con instintos de ataque y defensa, protección y temor. Realmente estas situaciones se pueden intuir y se dan de vez en cuando, pero nadie sabe cómo será la reacción de unos y de otros, ya que todos pierden el control de su proceder, imperando el «instinto animal», lo que comúnmente se conoce como «enceguecimiento», lo que no permite la medición de las consecuencias, pues nadie está en razón, uno por temor y los otros por ira intensa; estos últimos llegan a actuar de una manera irracional. Para esto se necesitan catalizadores de conducta que hagan que se regrese a la calma y, lo más importante, al raciocinio.
Lo ideal es que nunca se presenten con los árbitros estas situaciones, y por eso es menester conocerlas y hacer su análisis, ya que, generalmente, es nula la educación para la tolerancia, el respeto y la aceptación de la autoridad arbitral con los jugadores, cuerpo técnico y, lo peor, con los organizadores.
 
10. Permitir ser intimidado

Realmente una de las características que debe tener un árbitro es la de un «temperamento fuerte», pero jamás agresivo e intolerante. Esto forja un carácter analítico y asertivo para dar como resultado una personalidad de líder, ante todo, capaz de afrontar la realidad y de resolver problemas. El líder es respetado por sus actitudes, por su conocimiento y comportamiento y jamás por imposición. «El respeto se gana, no se impone». El respeto no implica temor de los demás, sino reconocimiento por capacidades, aptitudes y liderazgo, y en esta premisa se basa la personalidad.
Se sabe bien que los jugadores, como todo ser humano, es analítico, capacidad que aumenta en una competencia como lo es un partido, en donde se juegan variados intereses, desde el netamente deportivo hasta el económico. Los participantes saben detectar la personalidad del árbitro, y si notan, por cualquier actitud, un carácter débil, propenso al temor, se aprovecharán de esto para sacar provecho. Comienzan por dar un grito intimidatorio, y si el árbitro perdona esta situación, ya perdió el primer round, porque, no solo el agresor verbal, sino nos demás participantes sacarán partida a su favor de tal circunstancia, comenzando por manipular las decisiones arbitrales a punta de nuevos gritos o con actitudes itimidatorias que pueden ir desde el maltratato verbal y las amenazas, con el fin de que el árbitro se acomede, así sea involuntariamente, a sus intereses.
Ante un grito o una actitud intimidatoria, muestre el correctivo necesario, teniendo en cuenta las circunstancias de modo y tiempo. Hágalo firmemente, con seguridad y serenidad y evite, primero, caer en la intimidación y, segundo, en la ofuscación. En este caso, generalmente el participante pierde y recompone su actitud, dándose cuenta de que el árbitro no se deja ni puede ser intimidado y, por tanto, ser manipulado que es lo que los participantes pretenden con la intimidación y las amenazas. Aunque no es un reto, no dejarse intimidar es un logro de un árbitro con carácter y, sobre todo, con auto estima.
 

Bogotá, enero de 2019.
 

 

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