NÚMERO 4 - DIRECTOR: MARIO BERMÚDEZ - JUNIO DE 2017

 

EL AMIGO Y MAESTRO CHATO VELÁSQUEZ
 

 
 

Por Mario Bermúdez
Director de Capacitación EFAB
Director de www.deportibog.com
 
 
A mí me duele que un árbitro se equivoque
pero me enferma cuando se hace el equivocado.
 
Arbitrar con el estómago, no vale la pena
hay que arbitrar por vocación.
 
Guillermo El Chato Velázquez
Árbitro profesional de fútbol
 

 
 

Para mí fue una sorpresa cuando me anunciaron que el Chato Velázquez haría el saque de honor de la Segunda Copa Deportibog  Élite de Banquitas, en el año 2012, a donde habíamos invitado como deportistas los mejores equipos de la Localidad Cuarta de San Cristóbal. La noche de la inauguración llegó con ese desparpajo y altives que siempre lo caracterizó, fue entrevistado por Wilson peña de Panorama Sport, realizó el saque de honor en el partido inaugural y posó con los equipos participantes, y con los árbitros de la Academia, de la AAS y de Asoarfusa, que habían jugado partidos de exhibición. Por aquel entonces había comenzado la etapa de su abandono e ingratitud por parte de la Federación Colombiana de Fútbol, quien jamás le reconoció absolutamente nada, y estaba bajo el manto protector de los árbitros viejos de la Unión Arbitral, de donde, infortunadamente, por algunas divergencias personales se apartó de ellos.
 
Con la Academia de Árbitros de Bogotá, hubo, como se dice, “amor a primera vista”, pues se sintió atraído por la misión que se estaba llevando, especialmente  en cuanto a la formación arbitral de la juventud, en una carrera hermosa pero exigente y bastante dura, solo apta para personas de recia personalidad, como era El Chatico. No entendía mucho de Fútbol de Salón ni, mucho menos, de Banquitas, pero avizoró que al ser deportes balompédicos el fundamento normativo y dinámico era el mismo que el de su padre, el Fútbol Once. De tal suerte, que una falta siempre será una falta en cualquier disciplina balompédica, que en todos se deben hacer goles, bajo la misma condición para ganar, que se cobran las infracciones ya sea con tiros libres, directos o indirectos, que se usan las tarjetas para disciplinar, entre otras similitudes pares. Bajo esta premisa única nos entendimos en lo fundamental del arbitraje balompédico, y comenzamos a invitarlo a nuestra sede, que por aquel entonces quedaba en el Barrio San Blas. Desde entonces se hizo integrante de la Academia. Como su declive personal estaba avanzando a pasos devoradores y graves, le montamos un conversatorio  con la esperanza de atiborrar  el salón contratado y recogerle alguna ayuda económica de importancia, acudiendo a todos los árbitros de Bogotá, pero, como suele suceder en estos casos, la indolencia y la apatía se hizo presente, y en el conversatorio apenas tuvimos unos cuantos amigos que se solidarizaron con la causa. Apenas un tal Demóclito nos llamó, pero no para colaborar, sino para ofrecerse como “expositor” en un conversatorio en dónde nada tenía que ver, pues yo ni siquiera sé quién diablos es. Así andan los que se pretenden instructores y están inflados de nada.
 
El Chatico, como le decíamos cariñosamente, siguió con nosotros, siempre admirando y apoyando el proceso formativo, modestia aparte único en su género, de la Academia, yendo a charlas a los diferentes cursos impartidos por nosotros, y aun firmando las Certificaciones. Nos acompañó, hasta donde pudo, en el proceso del Colegio Manuelita Sáenz, y hasta nos lamentamos que su condición física no le permitiera apersonarse del área de Fútbol Once. Pero ahí estaba, siempre con esa personalidad recia en extremo, pero profundamente equilibrada en el don de justicia. Eran tantas las anécdotas que nos contaba, hasta que tuve la idea de proponerle un libro sobre sus Memorias, asunto que lo tuvo en vaivén, porque él pensaba que debía contar las “historias negras del fútbol profesional”, que conocía de manera suficiente y profunda; por algo fue árbitro internacional y olímpico. Ese fue el óbice principal para que no se decidiera a hacer sus Memorias bajo mi asesoría, sin dejar de reconocer que yo era la persona idónea que podía hacer realidad las Memorias de un árbitro. Siempre le insistí, y a veces me contestaba con una de sus consabidas rabietas que no, que no iba a hacerlo, que no iba a contar “la terrible corrupción” del Fútbol profesional. En diciembre, antes irse de Bogotá me dijo que yo iba a tener que ira Ibagué porque estaba decidido a hacer el libro de sus Memorias; yo me alegré pero, desgraciadamente, la comunicación extrañamente se perdió, hasta que ayer nos enteramos de la infausta noticia de su fallecimiento en la ciudad que menos nos lo esperábamos, Medellín.
 
El Chatico primero fue boxeador amateur, asunto que aprovechó algunas veces para noquear a uno que otro jugador, de esos que se creen con el derecho de agredir a un juez porque le parece que el árbitro se equivoca, o porque, después de “dar una mano de pata”, lo expulsan, y entonces la emprenden miserablemente contra el árbitro. Eran otros tiempos y era otra visión del arbitraje y del deporte, incluso. Indudablemente, y para su propia desgracia, según decía El Chatico, el incidente que lo marcó, no en su vida arbitral, sino en los medios y que le dio una fama perversa para unos y una justa para otros, fue el de la expulsión de Pelé, en un partido amistoso entre el Santos y la Selección Colombia. El Chato en el campo de juego no veía a nadie privilegiado para no aplicarle el reglamento, por  más «rey del fútbol» que fuera o porque un estadio atiborrado de fanáticos hubiese pagado un boleto para ver al «mejor jugador del mundo» (quizá de todo los tiempos). Nos contó que «El Negro», lo había puteado en portugués y que por eso lo había echado, después de haber anulado un gol al Santos por fuera de lugar. «¿Quién dijo que a los brasileños no se le podía anular un gol ni echarle a un jugador, por más rey que fuera?», se preguntaba. «Los únicos brasileños que no me pegaron, fue el mismo Pelé, el técnico y el asistente, porque  hasta el médico me agredió» «Si me hubieran dicho que aquel partido era un espectáculo de circo, nunca hubiera aceptado dirigirlo», remataba. Ciertamente que aquella vez El Chatico salió bastante golpeado, y mientras el espectáculo proseguía en manos de Omar Delgado,  violando todas las normas del arbitraje, Pelé retornaba sonriente al campo de juego después de ser expulsado, y los agresores en asonada continuaban jugando su partido, El Chatico salió rumbo a una Comisaría de Policía a poner la demanda. A la salida del estadio El Campín, los agresores fueron detenidos, pero con voces de pesar bien fingido, lograron obtener el perdón y proseguir orondos a su correría internacional.
 
El hecho de la expulsión de Pelé, con su polémica y todo, con las visiones sesgadas del mismo periodismo criollo, hizo famoso a El Chatico, y, a mi modo de ver, en el campo arbitral sacó a relucir la norma general del arbitraje deportivo: aplicar la justicia sin preferencias ni contemplaciones, porque ante el arbitraje todos los deportistas son iguales y la justicia debe ser para todos, con sus limitantes y demás. Obviamente que hoy en día hay otras variables que regulan el arbitraje, que se han fundamentado desde el campo psicológico y desde la misma filosofía del arbitraje: humanizar, dinamizar y agilizar, asunto que se puede tratar de manera específica en otra oportunidad. Esa personalidad recia, típicamente defensivaen pro del don de justicia, y no agresiva, hizo que El Chatico fuera reconocido como uno de los mejores árbitros del Fútbol profesional, hasta el punto que tuvo un papel descollante en el Mundial l de México 70 como asistente y árbitro activo en 4 juegos olímpicos, entre ellos los de los Ángeles, México y Rusia.
 
Terminada su carrera profesional en 1982, se fue para los Estados Unidos en donde se ganó la vida como árbitro aficionado y «bien pago», dinero que giraba sagradamente al país. Retornó a Colombia en donde comenzó su declive personal, empezando esa etapa oscura de una vejez que paulatinamente caía en el abandono institucional y familiar, para terminar mal viviendo del recuerdo en una piecita. Su vinculación con la Academia le sirvió de paliativo al abandono y a las penurias ocasionadas por la  vejez, y, entonces, lo teníamos varias veces al mes con nosotros, compartiendo charlas amenas y hasta discusiones apasionadas que parecían salirse de tono, pero que luego retornaban al cauce del buen juicio, para terminar riéndonos. Nos contaba varias historias, pero parecía no darle gran importancia al incidente de Pelé. Comentaba casi todos los partidos de fútbol y se ofuscaba si uno mostraba una pasión desmedida como hincha, pues decía que el fútbol no debía verse como un asunto de regionalismos sino con objetividad deportiva.
 
A sus años, El Chatico no había perdido, en lo más mínimo, la lucidez y sus recuerdos y opiniones fluían en medio de una actitud apasionada, que por momentos parecía la terquedad egocéntrica, pero que, luego, caían mullidamente en la cuna de la ponderación para obtener las sabias enseñanzas de su conocimiento y experiencia. Era en extremo locuaz, ya a veces parecía imposible callarlo, pero su lenguaje ameno lo atrapaba a uno definitivamente. Había luchado conmigo cuando escuchó esos neologismos como «asertivo y resiliencias», y me acusó de inventor, pero esa vez no se fue con su parecer, y, sin más ni menos, investigó al respecto de los dos términos. A los ochos días regresó a la oficina reconociendo que «usted anda más actualizado que yo», y esos términos son nuevos «sí existen», me dijo. Desde entonces comenzó a utilizar el término «comunicación asertiva» y «resiliencia». Y s aseguraba, que, por más viejo que se fuera, siempre hay algo nuevo que aprender.
 
Para concluir, de El Chatico aseveramos lo que siempre hemos impartido en nuestros cursos y que un árbitro debe tener como competencias psicológicas:
1.       Temperamento recio
2.       Carácter adaptativo y transformador
3.       Personalidad bien fundamentada
 
Y en cuanto a las competencias cognitivas y actitudinales:
1.       Vocación
2.       Talento
3.       Preparación teórica y práctica integral
4.       Conocimiento
5.       Sentido común
6.       Y excelente desempeño
 
Pero, antes que todo, el árbitro en su campo profesional y personal, debe ser una persona íntegra, en donde su conducta se fundamente, antes que todo en:
1.       Honradez a toda prueba
2.       Don de justicia
3.       Humildad
4.       Empatía
5.       Comunicación asertiva
6.       Resiliencia
7.       Cultura general
 
Indudablemente que El Chatico nos dejó un gran testimonio como persona, un gran conocimiento conceptual y experiencial del Juzgamiento Deportivo, un sentido de afabilidad que parecía contradecirse con su temperamento recio, pero que en el fondo exhalaba dulzura, y, lo más grave se plantea de manera dolorosa en la siguiente pregunta: ¿por qué la sociedad abandona a quienes, de una u otra manera, han hecho algo por ella?  ¿De qué valen ahora los grandes titulares en la prensa hablada y escrita, el homenaje a una página de un periódico, si El Chatico terminó abandonado en un asilo? No nos queda más que su grato recuerdo, el dolor inmenso de sus últimos días y la amargura de no haber podido asistir a su sepelio en Medellín, en donde inexplicablemente fue a morir, luego de tener planeado irse a pasar sus últimos días con su familia en Ibagué; la incógnita proseguirá hasta quizá nunca resolverse.
 

Bogotá, 27 de junio de 2017